Dígalo, pero de la mejor manera.
Mucho depende de cómo decimos las cosas. Podemos tener toda la razón y buscar el mejor de los resultados, pero si nos expresamos mal no nos oirán. Sea por una actitud incorrecta, por usar adjetivos inapropiados, o por ambas cosas; podemos ser nosotros los que causamos el mayor problema. Esto es evidente cuando damos una opinión contraria o tratamos de corregir algo. Como todos tenemos la tendencia a negar nuestras faltas, y desde ya, nos es difícil aceptar el error; la reacción empeora si oímos a alguien referirse a nosotros o a lo que hicimos con términos irrespetuosos. El orgullo responde, la impertinencia del otro contesta. No necesitamos imaginarnos lo que viene después porque lo hemos visto muchas veces por todos lados: en la televisión o por la radio, en el vecindario o en la familia, entre políticos o profesores de colegio, en la casa... Tristes e innecesarios recuerdos que bien pudieron evitarse si tan sólo se cambiaba un poco el tono de voz o se prescindía de aquella inú