El santo del espejo retrovisor
Todos conocemos al santo del espejo retrovisor. Casi no hay chofer de ómnibus o automóvil que no lo lleve consigo. Puede ser Fray Martín de Porras, Santa Rosa de Lima, Sarita Colonia ó la imagen de Jesucristo. Su presencia masiva en las unidades de transporte de nuestro país revela la convicción generalizada de sus conductores: ¡Necesitamos ayuda sobrenatural...! Se requiere de un santo para llegar con bien al destino. Y el santo está ahí. Cuelga del espejo retrovisor. En momentos mirando hacia el camino por delante, y en otros mirando al conductor, como si quisiera advertirle de algo. El chofer se propone adelantar en curva, toca al santo, se encomienda a él, acelera y ¡por las justas! no choca con el que venía en sentido contrario… y piensa “ese es mi santo”. Otra maniobra temeraria, un giro brusco a la izquierda, otro a la derecha, aceleración y frenada, y el santo pareciera salir volando… por la cadena que no queda estampado en el parabrisas. El chofer grita, insulta y se enoja.