El santo del espejo retrovisor


Todos conocemos al santo del espejo retrovisor. Casi no hay chofer de ómnibus o automóvil que no lo lleve consigo. Puede ser Fray Martín de Porras, Santa Rosa de Lima, Sarita Colonia ó la imagen de Jesucristo. Su presencia masiva en las unidades de transporte de nuestro país revela la convicción generalizada de sus conductores: ¡Necesitamos ayuda sobrenatural...! Se requiere de un santo para llegar con bien al destino.


Y el santo está ahí. Cuelga del espejo retrovisor. En momentos mirando hacia el camino por delante, y en otros mirando al conductor, como si quisiera advertirle de algo. El chofer se propone adelantar en curva, toca al santo, se encomienda a él, acelera y ¡por las justas! no choca con el que venía en sentido contrario… y piensa “ese es mi santo”. Otra maniobra temeraria, un giro brusco a la izquierda, otro a la derecha, aceleración y frenada, y el santo pareciera salir volando… por la cadena que no queda estampado en el parabrisas. El chofer grita, insulta y se enoja. El santo sigue ahí. No puede moverse ni hablar, pero si estuviera vivo, entre tanto giro, bache y grito; bien pudiéramos imaginarlo  mareado, asustado y alzando la voz indignado: “¡Para! ¡Yo me bajo!... Este no necesita un santo, necesita respetar las reglas de tránsito.”

La situación refleja una filosofía de vida predominante en la mente de muchos: “Quiero que me vaya bien, pero no quiero hacer lo correcto”, lo que es una tremenda contradicción. No estoy de acuerdo con la práctica de encomendarse a un santo cristiano, (pudiendo encomendarnos directamente a Jesucristo); pero en todo caso, ya que se considera que cierto santo lo es, por la santa vida que llevó; en vez de pedrile ayuda y recurrir a sus milagros, sería mejor recurrir a su ejemplo, e imitarlos y vivir como ellos vivieron. En este caso, manejar como ellos lo habrían hecho.

Creo que nadie se imagina a fray Martín coimeando a un policía. Sería casi imposible imaginar a Santa Rosa conducir sin respetar a los peatones ni las reglas de tránsito, ó a Sarita Colonia manejar sin brevete ni SOAT. Mucho menos aún podríamos imaginarnos a un Jesús borracho detrás de un volante... ¡Qué falta de respeto! Falta de respeto es encomendarse a él sin tener la menor intención de hacer lo que él hiciera.

“Quiero que Dios me ayude, pero no quiero hacer lo que me pide”; es un anhelo común, que aunque no se proclama con los labios, se demuestra con los actos. En el tránsito, en el trabajo, en los negocios, en la familia, y hasta en los deportes. En cada faceta de la vida se observa la contradicción de aquellos que quieren tener la bendición de Dios sin someterse al que da la bendición. Es sólo conveniencia. Es improcedente e irreverente. Es un auto engaño. Es hipocresía.

En muchos aspectos nos iría mejor si obedeciéramos a Dios. Debemos buscar su ayuda, pero no para que nos ayude en nuestras irresponsabilidades e imprudencias; sino más bien, para que nos ayude a no cometerlas. Y así, al ver como transcurre los días de nuestra vida – como por un espejo retrovisor – comprobaremos que hemos sido librados de muchos dolores y percances, y que andamos confiados enrumbados a un mejor destino; porque simplemente fuimos consecuentes, y nos encomendamos de verdad al Santo Dios.




Publicado el 20 de marzo del 2010

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