A los hijos, con disciplina y amor.

En la crianza de hijos, todos los padres debemos recrodar siempre estas dos palabras: Disciplina y Amor. Son dos componentes básicos e indispensables que todo niño requiere recibir de sus padres para su sano crecimiento emocional, social y moral; y esto, desde su nacimiento; pues la escasez o el exceso de cualquiera de ellas afectará negativamente en la formación de su personalidad.

El exceso de disciplina (mal entendida y mal aplicada), en un hogar muy severo, lleno de reglas y prohibiciones, que le exigen al niño un comportamiento mayor al que corresponde a su edad, con padres impacientes, iracundos, que no toleran equivocaciones, y que hacen uso y abuso de los gritos y castigos; puede ser tan nocivo para los hijos como lo opuesto: Un exceso de “amor”; un hogar sin reglas ni prohibiciones, sin ninguna responsabilidad para ellos. Con padres que les engríen en demasía y evaden su papel de formadores, “incapaces” de negarles algo, corregirles o aplicar algún justo castigo.

El hogar es el lugar donde todos los niños deben ser amados y formados. Ahí aprenderán a amar y corresponder al afecto; a valorarse a sí mismos y a los demás; a respetar y obedecer a las autoridades, a seguir las reglas y a adquirir disciplinas, hábitos que le servirán para toda su vida. Porque lo oyen, lo ven, lo reciben de sus propios padres. Así, los niños pueden tener las condiciones para convertirse en hombres y mujeres de bien, que se desenvuelven correctamente en la sociedad, con una sana autoestima y capaces de afrontar las exigencias de este mundo.

El amor hace uso de la disciplina para enseñar al niño a hacer lo correcto (en el aseo, la limpieza, el respeto, los estudios, etc.) Para ilustrarlo, pongamos el caso de un niño que ha jugado y sus juguetes están regados en el piso. La madre le pide que los recoja, pero él responde que no (porque cree que no puede o simplemente tiene flojera)... ¿qué hacer? Si la madre es “engreidora”, le dirá: “no te preocupes hijito, lo haré yo”. Si la madre es dura y severa, quizás le grite: “¡recoge tus juguetes inmediatamente! antes que te muela a palos”. Pero una madre que lo ama y por eso quiere disciplinarlo, le dirá: “ven, vamos a recogerlos” y le enseña ayudándole, con la intención que se acostumbre y luego lo haga solo. Si hubiere una actitud de rebeldía, le advierte que habrá un castigo: “guardaré tus juguetes bajo llave y no te los daré por tres días”. Es oportuno señalar que en esta parte muchos padres fallan, pues aplican el castigo sólo al comienzo, y luego ceden a la presión de sus hijos en una acción que podría calificarse de “auto-sabotaje”, porque al incumplir su palabra, sus hijos ya no la tomarán en serio, y pierde autoridad.

La Biblia ordena a los padres*: “críen a sus hijos en disciplina y amonestación del Señor”. La disciplina tiene que ver con la formación práctica. La amonestación con la enseñanza verbal. Y ambas, según “el Señor”.
En primer lugar quiere decir que no lo haremos usando sólo nuestro criterio (pues a menudo nos equivocamos); sino usando los principios bíblicos, según los valores y la sabiduría que hay en la Palabra de Dios. 
En segundo lugar, una crianza según la voluntad “del Señor” debe proceder de un comportamiento sincero, sin hipocresía, de tal manera que los hijos puedan comprobar que somos consecuentes con lo que les enseñamos y les pedimos, pues es lo mismo que como padres venimos haciendo.
Y en tercer lugar, si la formación que le damos es “del Señor”, tiene que ser en amor, por cuanto esa ha sido y es, la actitud con la que Jesús el Maestro enseña. Incluso, en el castigo, porque él cuando lo hace, lo hace también por amor*. El verdadero amor disciplina. La disciplina sana se hace con amor. 

Dios nos ayude a los que somos padres, a cumplir bien con nuestra labor. Los años nos tomarán examen, y demostrarán cuan bien lo hicimos. 

 *Efesios 6:4; Hebreos 12:5-6



[Publicado el 26 de noviembre del 2011]

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