Crece la economía, crece la delincuencia.
¿No le parece extraño y alarmante? Si
comparamos la situación del Perú de hoy con la de hace treinta años es evidente
que económicamente estamos muchísimo mejor; sin embargo, a más oportunidades y
más desarrollo, vemos más delincuencia. ¿Cómo explicarlo?
En ese entonces sobrevivíamos con el
terrorismo, que – según nos explicaban – surgió por una reacción contra la
injusticia social, la pobreza y marginación. También convivíamos con la delincuencia
y aunque no llegaba a los extremos que hoy vemos, se entendía que se daba por
la necesidad económica. Si así era entonces ¿cómo entendemos lo que pasa en
estos días?
La delincuencia que veíamos por las
noticias hace décadas no tiene comparación con las que vemos hoy todos los días:
asaltos a los clientes de restaurantes, a los pasajeros del transporte público,
“sicariato” por parte de menores de edad, granadas y disparos a colegios en ciudades
como Lima o Trujillo, la trata de personas, el narcotráfico, la corrupción y el
robo en las instituciones públicas… ¿cómo? ¿Acaso no era la pobreza lo que
motivaba el robo y la delincuencia? ¡Hoy tenemos menos pobreza, más trabajo que
antes! ¿Qué nos pasa a los peruanos?
Sucede que la avaricia nunca se
satisface. Con dinero se puede comprar al juez, al político y al policía que no
saben contentarse con lo que el sueldo que reciben. El dinero fácil siempre
será la opción de los ociosos. El dinero sin valores morales alienta el libertinaje sexual, que a su vez engendra niños que se abandonan o crecen sin una familia estable. La falta de amor y disciplina en los
hogares producen (más que antes) adolescentes y jóvenes rebeldes, que sin respeto
ni confianza a la autoridad buscan una identidad aliándose con los de su misma
condición. A esto hay que sumarle una religiosidad hipócrita, pretexto para
celebraciones y calmar conciencias pero que no se sigue en sus demandas de
pureza, lealtad y veracidad. No hemos crecido como personas.
Es hora ya de darnos cuenta que el
principal problema de nuestra país no es económico, sino moral y espiritual, y
que necesitamos con urgencia apoyar la formación de familias sanas y una
educación en valores que formen nuevos y mejores peruanos, acompañando de una
disciplina ejemplar, con leyes y sanciones oportunas y drásticas que restauren
el principio de autoridad y respeto mutuo.
Necesitamos un cambio de mentalidad. Necesitamos
un cambio de rumbo. Por el camino que estamos yendo estamos alcanzando más producción
y más ingresos, pero también encontramos más egoísmo, corrupción y delincuencia;
lo que finalmente nos llevará al desastre. Necesitamos volver a Dios, poner
nuestra mirada en el camino que él nos ha trazado. Necesitamos tomar en serio
los diez mandamientos, las enseñanzas de Jesucristo y poner en práctica las instrucciones
de los apóstoles; porque las cartas y libros que nos ha dejado el cristianismo están
llenos de principios y consejos que si los obedeciéramos sin duda nos iría
mucho mejor, en el aspecto económico y en todo lo demás. Porque los valores sin
Dios son relativos, sujetos a cambios por los legisladores de turno; pero los
valores cristianos (los que están en la Biblia, no dados por la tradición o por
interpretaciones prejuiciosas), son estables y absolutos, se enfocan en el ser
interior, en la lealtad y amor a Dios y a los semejantes.
Para que crezca la economía y decrezca
la delincuencia, necesitamos crecer espiritualmente. Como dijo Jesús: “Busquen primeramente el reino de Dios y cumplir
su justicia, y todas estas cosas serán añadidas”.
*Mateo
6:33
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