Decepción, desconfianza y violencia electoral.
Los
electores están decepcionados de sus partidos y gobernantes. En lo que a mí
respecta puedo hablar de lo ocurrido en los últimos veinticinco años. Cuando el
ex presidente Fujimori cerró el congreso en 1992, más del 80% de peruanos
estuvo de acuerdo con tal medida, expresando así su decepción por los partidos
tradicionales, a los diputados y senadores de aquel entonces. Sin embargo,
luego de tal apoyo y de haberlo reelegido; hoy, las dos terceras partes del
Perú rechaza al fujimorismo. El ex presidente Toledo, elegido en el 2001 y que
postula en estas elecciones, también perdió el respaldo que tenía, y hoy no cuenta
ni con el 2% de intención de voto. De igual manera el ex presidente García,
elegido en el 2006 y también candidato en este proceso electoral, alcanza sólo
un 6% en las encuestas. Lo mismo sucede con nuestro actual presidente Ollanta Humala
y su Partido Nacionalista Peruano quienes tuvieron que retirar a su candidato
por el escaso apoyo que le daba la población. Lo que nos demuestra que - sin importar la postura política - el
pueblo peruano está decepcionado de todos los presidentes y partidos que nos gobernaron
en los últimos años.
Esta
decepción continua y agobiante se comprueba en una desconfianza generalizada. Ya
nadie confía en nadie. La expresión más común que se oye es: “todos son
corruptos”, “todos son iguales”. Si alguien dijo o hizo algo que parece de
dudosa intención, los opositores lo declaran culpable sin esperar más pruebas y
muchos asientan con la cabeza. En la práctica ya no es cierto eso que “toda
persona es inocente hasta que se demuestre que es culpable”, es más fácil
desconfiar y asumir que lo es. Lo trágico es que al pensar así, no nos damos
cuenta que transmitimos a las nuevas generaciones nuestra frustración y desesperanza.
Ellos tampoco esperarán nada mejor de su país. ¿A dónde llegaremos?
Con
tanta desconfianza, la ira y violencia no se hacen esperar. La violencia verbal
es la más común. Por las redes sociales vemos con qué facilidad se sueltan
agresiones e insultos a los candidatos, sin respeto a los mismos ni a sus
seguidores, sin importar que si se trata de un ex presidente, mujer, o persona
mayor. Periodistas y líderes de opinión se expresan también con desprecio y
mofa. No extraña que algunos lo digan, extraña que haya muchos que lo compartan.
Y como el insulto no es suficiente, no falta quienes tiren huevos a los
candidatos que consideran corruptos, y quienes usen de golpes y palos; con el
aplauso de los que no se atreven. ¿Qué será mañana?, ¿lucha popular, terror y muerte?
¿Esto es lo que queremos?
¿Dónde
está la tolerancia?, ¿cómo queda la democracia? Se supone que hay que respetar
al que piensa diferente y aceptar lo que la mayoría por votación decide. Si ya
es malo soportar tantos años de engaños, corrupción y decepciones, no podemos caminar
con intolerancia hacia la violencia porque iremos de mal en peor. Hay que ponerle
un alto, pensar con la cabeza y no actuar sólo por emociones. Hay que hacer
algo nosotros y no esperar que el gobierno y “los demás” hagan algo; no hay que
esperar que “los otros” cambien primero para luego cambiar nosotros. Es cierto,
no nos va bien, la decepción y desconfianza que ha crecido por décadas no se
desarraigará en un año. No taparemos el sol con un dedo, pero tampoco empeoremos
las cosas. Hagamos nuestra parte: sin insultos, sin odios, sin violencia. Si
hay que protestar, hacerlo en paz y con inteligencia. Si hay que denunciar, con
pruebas y con buena conciencia. Si somos cristianos con mayor razón, orando por
nuestras autoridades, tomando en serio lo que dice la Palabra de Dios: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed
de justicia, porque ellos serán saciados”. “Bienaventurados los pacificadores
porque ellos serán llamado hijos de Dios”.
*Mt.5:6,9; 1Ti.2:1-3
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