¿Por qué cree en lo que cree?
¿Es usted creyente…? ¿Por qué? Si es católico,
¿por qué lo es…? ¿Por tradición?, ¿por qué le bautizaron de niño?, ¿sólo por eso?
Y si usted es evangélico la pregunta es la misma: ¿Por qué? ¿Sólo porque sus
padres lo eran? ¿Por qué es evangélico y no adventista o testigo de Jehová? ¿En
qué se basa su fe? ¿Por qué cree en lo que cree?
Si usted abraza una fe porque la
mayoría lo hace, por herencia o por comodidad; sin haber cuestionado jamás su propia
creencia, entonces su fe no tiene fundamento, no tiene firmeza ni es propia,
sino prestada. Los padres pudieron habernos compartido su fe, y está bien; pero
al crecer tenemos la responsabilidad de cuestionar dicha fe para luego de una
honesta investigación y sincera reflexión, reafirmar la misma, o quizás seguir otra;
pero con razones y argumentos.
Los peruanos confesamos – en
abrumadora mayoría – ser cristianos. Como todos sabemos, la religión cristiana
llegó a esta parte del mundo por la colonización del imperio español. Pero, si
en lugar de los españoles hubiesen llegado los árabes… ¿entonces seríamos
musulmanes? Y si los chinos hubieran llegado primero… ¿Sería usted budista? O
quizá seguiría las enseñanzas de Confucio. La pregunta entonces retorna con más
fuerza y con mayor amplitud: ¿Por qué es cristiano y no hinduista? ¿Lo es por simplemente
por su lugar de nacimiento o porque tiene razones para creer?
La pregunta también va dirigida a los
ateos: ¿Por qué creen que la nada originó todo? ¿Por qué rechazan la existencia
de Dios…? ¿Sólo porque no lo ven? Esa es una respuesta simplista. Tampoco es
suficiente esa deducción ligera, que “si Dios existiera entonces no habría
maldad…” Un ateo debería responder con más. Creer sólo en la energía y la materia,
y en “leyes” sin un legislador, es tener una “fe” muy grande que necesita también
ser sustentada.
Todos deberíamos tener la capacidad
de sustentar nuestras creencias con razones: con la ciencia, la experiencia, la
historia, las escrituras sagradas (sabiendo primero porqué lo son), etc. Lo que
es inaceptable es “creer por creer” sin saber por qué. Decía en la columna
anterior que hay una gran diferencia entre ser creyente y ser crédulo. El
primero responde cómo decía el apologista cristiano Pablo*: “Yo sé a quién he
creído”; el crédulo no, cree a la ligera, porque lo escuchó, porque soñó,
porque le parece… Claro que en este mundo hay espacio para ambos, pero si somos
“seres racionales” nuestras creencias deben ser razonables.
En el caso de los cristianos (por
convicción), no es cierto que nos quitamos el cerebro y lo dejamos a un lado
para creer y “abandonarnos a la fe”. No. Tenemos razones, las podemos dar. Yo
nací en un hogar cristiano evangélico, pero al crecer cuestioné la fe de mis
padres, la existencia de Dios y la veracidad de la Biblia, y luego las reafirmé.
Si veía o leía algo que ponía en duda tales creencias, no lo pasaba por alto
sino que buscaba el “contrapeso” que pudiera inclinar la balanza, y encontré no
uno, sino muchos. Tengo razones para creer en Dios, tengo razones para confiar
en la Biblia, tengo razones para creer que Jesús es único, y tengo razones para
creer que el cristianismo bíblico es singular y su mensaje superior al de otras
religiones. Esto podrá dar la impresión que soy arrogante e intolerante, ignorando
las razones de otros; pero lo que quiero resaltar es que tengo razones para mi fe.
Si me expreso así es porque puedo sostener mis creencias… ¿Puede usted
sustentar las suyas?
Fundamente sus creencias. Si es
cristiano lea la segunda parte de la Biblia: el Nuevo Testamento de Jesucristo
y conozca lo que él realmente enseñó, qué hizo y que espera de usted. No tema
hacerlo, ¡al contrario! Sea un cristiano por convicción y no por tradición.
*2 Timoteo 1:12
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