Los evangélicos y la política


Hace unos treinta años, en la mayoría de las iglesias evangélicas reaccionaban casi alérgicamente cuando se hablaba de su participación en política. Hoy, no sólo la alergia ha desaparecido, sino que se observa un creciente llamado a involucrarse en ella. Es así que muchos evangélicos motivados por “la urgencia de cambiar el país”, creen indispensable formar "un sólo partido político”, pretendiendo que cada congregación se convierta en una base partidaria, y sus miembros en militantes activos con voto asegurado. Posiciones extremas que ameritan una aclaración.

Cuando hace años, los cristianos evangélicos se negaban a participar en política, lo hacían porque lo veían como algo tan sucio y corrupto, que no era el lugar apropiado para un creyente que buscaba la santidad. A quienes querían militar en un partido político se les acusaba de amar las cosas de este mundo, y se les recordaba que como ciudadanos del reino de los cielos no debían participar del reino de las tinieblas. Si bien, las referencias eran bíblicas, y la actitud era noble; también era una interpretación extrema que desalentaba al creyente a participar activamente en la solución de los problemas del país.

Jesús dijo que sus discípulos están en este mundo, pero no son de este mundo. También dijo: “Ustedes son la sal y la luz de la tierra… y una luz no se esconde debajo de un cajón, sino sobre el candelero”. Dando a entender que los creyentes no deben esconderse ni aislarse de la sociedad, sino mezclarse en ella, participar con ella; no “contagiándose” de lo pecaminoso, sino influenciando con su santidad; pues están llamados a preservar y alumbrar; a frenar la corrupción y guiar en medio de la oscuridad; de tal manera que cuando el mundo vea sus buenas obras, “glorifiquen al Padre que está en los cielos”... Y es evidente que donde más “sal y luz” se necesita, es en los partidos políticos y el gobierno.

Pero cuidado. De ahí a creer que las iglesias deban “entrar en política” ó identificarse con algún partido para cumplir con su labor, es dejar un extremo para correr hacia el otro. Jesús dejó esto muy en claro cuando en cierta ocasión rechazó la proclamación del pueblo para “candidatearlo” como Rey; mostrando así, que esa no era la manera de establecer su reino en la tierra. Jesús nunca enseñó que su Iglesia deba tomar el poder para traer salvación y sanidad integral a un pueblo. Tampoco Jesús buscó congraciarse con los saduceos ó el sanedrín; no hizo alianza con Herodes ó las autoridades romanas, como si el apoyo y facilidades que pudiera obtener de ellos fueran vitales para su ministerio. No lo hizo, ni sus discípulos luego lo buscaron. El método de Jesús para su Iglesia era otro: La predicación, el ejemplo, la enseñanza y la ayuda, invitando a las personas de todos los sectores de la sociedad, a aceptar con arrepentimiento el reino de Dios en sus corazones. Luego, el cambio interior de cada uno de ellos, podría reflejarse en un cambio en sus familias, sus comunidades y su nación.

Las iglesias tienen la misión de formar discípulos de Jesucristo y ciudadanos de excelencia. Si algún discípulo de Cristo desea postular a un cargo de autoridad, que lo haga como ciudadano, a nombre propio, no a nombre de su congregación. Que participe en el partido que él crea conveniente, y que haga campaña cumpliendo con las demandas de su Señor: sin mentir, sin difamar y sin arreglos “bajo la mesa”. Y si es elegido, que pida la ayuda de sus hermanos para poder cumplir con integridad y eficiencia su labor, sin defraudar a aquel que lo llamó para ser sal y luz.




[Publicado el 7 de noviembre del 2009]

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