El religioso y el corrupto


Dos hombres fueron a la iglesia. Uno era conocido en el barrio por ser muy religioso; y el otro por ser un servidor del estado, corrupto y estafador. El religioso, frente al altar oraba en sus mente: “Dios, gracias porque me siento muy bien conmigo mismo, porque no soy como los demás hombres viciosos, borrachos, adúlteros y mentirosos. Gracias porque no soy como ellos, menos como este estafador sinvergüenza que hoy se atrevió a venir a la iglesia. Yo te canto, leo la Biblia todos los días, ayuno varias veces y doy mis diezmos de todo lo que gano, por eso sé que merezco ir al cielo.” Pero en cambio “el pecador” se quedó sentado en las últimas bancas de la iglesia, rehusándose a pasar más adelante. Mantenía la cabeza agachada y entre lágrimas sólo decía: “Dios, ten compasión de mí que en verdad soy pecador…”

¿Cuál de los dos regresó a casa perdonado y justificado? Jesús respondió a esta pregunta: No fue el religioso. Fue el corrupto y estafador. Si lo duda, puede leer el relato en su versión original en el evangelio de Lucas, capítulo 18, versículos del 9 al 14.

Suele pensarse que los religiosos están más cerca de Dios; pero para Jesucristo esto no siempre es así. Los religiosos suelen caer en el grave error de confiar en su religión y en sí mismos; además de llenarse de orgullo creerse mejores que los demás, pensando que por “ser buenos” merecen el cielo.

Y ahí está el problema del religioso. Querer “ganarse el cielo” con buenas obras, pretendiendo pasar por alto sus malas obras, porque la Biblia declara que* “No hay justo ni aún uno”. Para merecer el cielo sería necesario no haber pecado nunca. El hecho que unos pequen más que otros, no convierte en justos a los que “pecan menos”.  

Por eso, el más perdido pecador puede ser justificado por Dios si con una actitud de arrepentimiento, una oración de corazón, reconoce lo obvio: que no merece el cielo sino que merece lo peor, y que sólo la misericordia de Dios puede salvarlo. Si lo hace con verdadero arrepentimiento entonces mostrará un cambio de vida. En el caso presentado, el estafador enmendará su conducta y cambiará sus malas costumbres, no como un intento de convencer a Dios para su salvación, sino como un rechazo hacia lo malo que estaba haciendo y una muestra de gratitud para quien ya le otorgó el perdón.

Lo mismo el religioso: Si dese entrar en el reino de los cielos, debe reconocer que por más que se esfuerza y desea obedecer a Dios, no puede anular su tendencia pecaminosa ni sus malos pensamientos. Y que si bien, su esfuerzo por hacer lo bueno puede agradar a Dios, sólo le queda humillarse y pedir igualmente misericordia para recibir perdón. Porque “cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

Pues no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”.*

* Romanos 3:10, 22-24



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