Decálogo del Trabajador
- Trabajaré porque Dios también trabaja. Es mi deber. También es mi derecho.
- Trabajaré sin olvidarme de Dios, ni descuidar a mi cónyuge ni a mis hijos. Aún si eso implica ganar un poco menos.
- No seré esclavo del trabajo. Trabajaré para vivir y no viviré para trabajar. Por eso trabajaré seis días y descansaré uno. Soy humano y no máquina (aunque hasta las máquinas descansan).
- No seré esclavo de ningún otro hombre. Seré conocedor de cuáles son mis derechos laborales, y pediré que siempre los respeten.
- En todo momento haré bien mi trabajo. No sólo cuando mis jefes me ven, sino porque (sobretodo) Dios siempre me ve.
- Seré un buen trabajador: Esforzado y no ocioso. Veraz y no mentiroso. Leal y no hipócrita.
- Contribuiré a mantener un buen ambiente laboral. No faltaré ni a mis compañeros ni a mis jefes. Cumpliré con el reglamento.
- No robaré a mi empleador. Ni tiempo, ni dinero, ni herramientas, ni útiles de oficina.
- No participaré en actos ilícitos. (Antes renuncio y/o denuncio).
- Seré agradecido con Dios quien me da las fuerzas y las habilidades para trabajar. Por eso contribuiré con mi salario a obras de bien de la iglesia, del estado u otros. Ayudaré al necesitado.
Este decálogo está basado en la Biblia. El primer capítulo del Genésis nos muestra a un Dios que trabaja seis días creando el universo, y aunque se tomó un día para “descansar” y “contemplar” su trabajo, Jesús dijo que su Padre seguía trabajando*. Así que tenemos el deber de trabajar y debemos hacerlo aun cuando el trabajo que conseguimos no sea el que más nos agrade. Pero es también nuestro derecho; y al poder acceder libremente a un puesto de trabajo debemos buscar realizarnos en él.
Sin embargo, la Biblia muestra que el
trabajo no es un fin, sino un medio. No podemos olvidarnos de Dios por el afán
de trabajar y la preocupación por conseguir más, ni por ello debemos descuidar
a nuestra familia. Hasta nuestra salud se ve comprometida cuando no le ponemos
un límite al trabajo. “Todo tiene su
tiempo” dijo el sabio. Y Jesús enseñó*
que si buscamos en primer lugar hacer lo que Dios exige, todas estas cosas
serán añadidas.
A veces la necesidad puede llevarnos
a someternos a condiciones de trabajo esclavizantes. Pero a diferencia de
siglos atrás (en los que se concebía a los sirvientes como propiedad de un amo)
hoy contamos con leyes laborales que protegen a todo trabajador. Pedir que se
respeten esos derechos no es ir en contra de la voluntad de Dios, sino
precisamente, someternos con orden a las leyes y las autoridades que Dios mismo
puso (Romanos 13:1-3)
La Biblia nos enseña* que debemos
trabajar como si Dios mismo fuera nuestro empleador, con una correcta actitud.
Por eso se nos ordena a ser trabajadores diligentes, esforzados, honestos,
justos, leales, agradecidos. Agradecidos para con quienes nos han dado un
puesto, y sobre todo para con Dios, quien nos da todas las cosas y bendice el
esfuerzo de nuestras manos.
Quien practica un decálogo como este,
agrada a Dios y ante los hombres es de gran estima. Y no le faltará trabajo. Con
razón dice el proverbio: “La diligencia
es la mejor riqueza del hombre”
*Eclesiastés
3:1; Mateo 6:33; Efesios 6:5-7; Hechos 20:35; Proverbio 12:27
[Publicado el 27 de Abril del 2013]
Excelente.
ResponderEliminarFelicitaciones.
El trabajo es una bendición.
Los invito a visitar mi blog:
assemillasdesabiduria.blogspot.com