Santos que no fueron “tan santos”
San Pedro, San Juan, San Pablo y
demás santos no fueron perfectos como la tradición religiosa y la imaginación
popular pueden hacernos creer. En realidad, la Biblia muestra que tanto ellos
como otros siervos de Dios tuvieron momentos nada santos que fueron registrados
para nuestro conocimiento. Si sus buenas acciones nos sirven de inspiración,
sus pecados y sus consecuencias nos sirven de advertencia.
Por ejemplo, los hermanos Juan y Jacobo
mostraron ser intolerantes y muy prontos a enojarse (debió ser por esto que Jesús
los llamó “hijos del trueno”). En una ocasión, cuando los apóstoles fueron rechazados
por un pueblo de Samaria, quedaron tan indignados que se olvidaron de la
misericordia y el perdón y desearon que cayera “fuego del cielo” sobre ellos. Jesús
tuvo que reprenderles y recordarles que él había sido enviado para salvar y no
para condenar. La misión no consistía en condenar sino ofrecer perdón y salvación.
Eran apóstoles que tenían todavía mucho por aprender.
Las faltas del apóstol Pedro fueron
muchas. La que más se recuerda es la vez que negó conocer a su Maestro Jesús no
una sino tres veces. Pero también tuvo otras faltas, como la vez que Jesús lo
reprendió como al mismo diablo porque Pedro le había “aconsejado” que no fuera
a Jerusalén para entregar su vida. Pero años después, otro apóstol también le
reprendió por discriminar a los hermanos no judíos y fomentar el divisionismo.
Si Pedro era un gran líder en la iglesia definitivamente no lo era porque fuese
perfecto.
La Biblia también nos relata las
acciones no santas de otros grandes personajes bíblicos. Entre ellos, Noé,
Abraham, Moisés, David, Jeremías; que siendo hombres dedicados a Dios y de gran
inspiración para todas las generaciones de cristianos, su lado imperfecto y
débil no pasó al olvido. En una ocasión Noé se emborrachó. Abraham tuvo sus momentos de duda, temor y
mentira. Moisés perdió la paciencia y no le dio la debida gloria a Dios. David,
quien de joven fue un “hombre conforme al corazón de Dios” no supo vencer sus
pasiones y cometió adulterio, además de ser el autor intelectual de la muerte
del esposo. El profeta Jeremías renegó de su llamado, y deseó no haber nacido.
Sin embargo, si estas personas han
sido llamadas santas es porque decidieron santificarse para Dios. Es decir, se
apartaron de lo que eran, para ser como Dios quería que fueran. No justificaron
sus faltas, no continuaron pecando; sino que se arrepintieron y buscaron más de
Dios. Y Dios que no desprecia al corazón contrito y humillado* los perdonó y
los llamó sus siervos. El cambio fue tal, que con los años el apóstol Juan
llegó a ser conocido como el “apóstol del amor”. San Pedro maduró y jamás volvió
a negar a su Maestro sino que hasta murió por él. Noé no volvió a
emborracharse. Abraham pasó a ser el padre de la Fe. David afrontó las
consecuencias de sus actos pero perseveró en su comunión con Dios. Fueron santos para Dios.
Hoy Dios también tiene sus santos. No
están en lo altares ni han sido canonizados; no llevan una aureola, ni reciben
oraciones para hacer milagros. No están encerrados en las iglesias sino que
viven entre nosotros. Puede ser un vecino o compañero de trabajo, un familiar o
un amigo. Son cristianos verdaderos que tienen muy en cuenta lo que San Pedro
dijo en su carta*: “Sed también vosotros santos
en toda vuestra manera de vivir...” y se esfuerzan por serlo en el centro de estudios, en el trabajo,
en los negocios, en la política, en la casa, en las calles, en las diversiones,
en los deportes o en la intimidad… Saben que “sin santidad nadie verá al Señor”.
En la Biblia los “santos” son los miembros
de una iglesia que han sido perdonados y santificados por la fe en Jesucristo,
que a su vez están siendo perfeccionados por él*. Hay quienes se burlan de
ellos y los condenan cuando fallan y caen. Otros resaltan sus imperfecciones
para justificar su propio pecado. Y hay cristianos que en su ignorancia ven la
santidad como algo inalcanzable reservado para unos escogidos. Pero la santidad
es para todos, es una bendición, una condición, un mandato. Es un llamado para
usted.
*Salmo
51:17; 1ra Pedro 1:15; Hebreos.12:14; 1 Corintios 1:1-2
[Publicado el 5 de octubre del 2013]
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