La iglesia, una aliada del desarrollo.
Decir que “la iglesia es una aliada del
desarrollo” es una falaz exageración para quienes citan el caso de Galileo Galilei
y las persecuciones que hizo la iglesia institucional en contra de quienes se
mostraban “rebeldes”. Pero, así como es injusto descalificar (por ejemplo) a
toda la institución policial por culpa de malos policías, de igual manera es
injusto descalificar a toda la Iglesia de Cristo por culpa de líderes que no
honraron su llamado, se equivocaron y hasta delinquieron. Porque, según la
Biblia, la iglesia que funciona como tal, es la sal y luz del mundo, un factor decisivo
e importante que contribuye al bienestar de las familias y el desarrollo de la
sociedad.
Para comprender mejor lo dicho hay
que “regresar” a la definición bíblica de Iglesia*: No es un edificio ni una mera
organización humana, la Iglesia es gente. Es un grupo de personas que han
respondido el llamado de seguir a Jesucristo para aprender de él y ser como él.
Por eso, el primer aporte de la iglesia a la comunidad, es proveer de
ciudadanos que se esfuerzan por seguir el modelo de su Maestro Jesús. Toda
iglesia sana enseña a sus miembros a ser pacificadores, compasivos, generosos, a
ser honestos y a decir la verdad; sus miembros aprenden a ser responsables, a cumplir
con sus compromisos, a respetar y amar a todo ser humano, empezando por su propia
familia. Hay muchos que en la iglesia aprendieron a sujetarse a la ley, a servir
a los demás, a defender lo justo y abogar por el desvalido; dejaron de ser
parte del problema y ahora son parte de la
solución. ¡Cuán diferente sería el país si muchos más asistieran a la iglesia
con el deseo de aprender!
La iglesia no es un lugar para asistir
sólo cuando hay bodas o velorios. No debe reducirse a rezos, bautismos y
cánticos. No es un centro de recaudación y venta de “bendiciones”. No es lo
malo que la historia registra. Tristemente esta es la imagen que ha quedado en
la mente de muchos por culpa de no pocos. Pero en nuestro medio, hay muchas
iglesias saludables, bíblicas, que invocan el nombre de Dios con el anhelo de
ser mejores, aprendiendo a amarle a él y servir al prójimo.
Quienes vamos a una congregación
cristiana evangélica podemos dar testimonio del cambio de muchos. Un hermano
que hoy ama a su esposa y a sus hijos, antes era alcohólico y violento. Otro que
antes era irresponsable con su familia, trabaja esforzadamente por proveer a
los suyos. Vemos matrimonios restaurados y jóvenes rescatados, personas con un
propósito, hombres y mujeres imperfectos que se perfeccionan en Dios, para ser mejores
vecinos, buenos ciudadanos. Un delincuente menos, un coimero menos, un pleitista
menos. ¿Acaso no es una contribución al desarrollo y el bien de la comunidad?
El Estado Peruano día a día lucha
contra la delincuencia, la corrupción, la violencia, el embarazo adolescente,
la contaminación ambiental y otros cientos de problemas más. Bien harían las
autoridades en no relegar a las iglesias a un Te Deum, ni invocar a Dios sólo
para el juramento. Deben separar el trigo de la paja y mirar a los creyentes
con ojos diferentes; pues, como bien lo dijo el pastor Cristian Scheelje en el
último culto de acción de gracias (dirigiéndose a las autoridades y al Pdte. Pedro P. Kuczynski): “Dentro de la
iglesia ustedes encontrarán servidores… porque entendemos que la iglesia es la
respuesta que nuestra sociedad necesita en estos tiempos. La iglesia está para
dar y no solamente para recibir… y haremos todo lo posible por servirle a usted
y servir a esta nación.” Que así sea.
*1Carta de Pedro, cap.2; vs.9-17
[Publicado den diario VOCES, 06.07.2016]
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