Hace 500 años, un 31 de octubre.

El 31 de Octubre de 1517 es una fecha cuya trascendencia pocos conocen; se asocia más con “la víspera de la Fiesta de Todos los Santos”, Halloween o el Día de la Canción Criolla; pero hace 500 años, la Reforma iniciada en tal fecha cambió la historia universal. “Así como el Renacimiento fue una revolución intelectual, una aspiración a renovar el mundo del arte y de la ciencia; la Reforma fue la rebeldía de la conciencia, un movimiento de regresión al cristianismo primitivo”*; pero cuyas ideas no se limitaron a la vida religiosa sino que influenció la política occidental “en aspectos como el derecho a la resistencia, el orden civil y sus funciones, la labor de los gobernantes o el sentido de la justicia”.**


En ese día, el sacerdote católico y doctor en Biblia Martín Lutero, publicó sus 95 tesis clavándolas en la puerta de la catedral alemana de Wittenberg como una “invitación” al debate y al cuestionamiento de los excesos que se producían en la iglesia católica romana de aquel entonces, como la venta de indulgencias. Esto llevó a revisar también toda la teología que la iglesia de Roma practicaba y enseñaba.

Algunos católicos se ofenden cuando recordamos este suceso histórico, pero no tienen por qué, no es la intención. Desgraciadamente los excesos y la corrupción han afectado por siglos todo aspecto de la vida humana incluyendo a las religiones. Es de humildes reconocer el error, es de sabios corregirlo y de valientes denunciarlo. Precisamente por eso se levantó Lutero, no pudo mantenerse callado.

La verdad es que Lutero no quería dividir la iglesia católica, mucho menos imaginaba terminar como hereje. Él buscaba una reforma en la iglesia, pero en vez de oírle, sus autoridades se ofendieron, lo vieron como una amenaza a sus intereses y le obligaron a retractarse; fue excomulgado y hubiese sido asesinado de no ser por sus protectores, como el príncipe Federico de Sajonia.

No era la primera vez que el poder religioso se oponía a los “rebeldes”. Entre ellos destaca Jhon Wycliff, que  fue perseguido por sus enseñanzas reformadoras y por traducir la Biblia al lenguaje del pueblo inglés (1382); y Juan Hus, que fue sentenciado a la hoguera por “archiherejía” en 1415 por condenar el pecado e instar a volver al evangelio. Eran tiempos difíciles, no había las libertades que hoy tenemos.

En la Reforma surge el término “protestantes”, a causa de la protesta de los partidarios de las enseñanzas de Lutero y su rechazo a los edictos imperiales que pretendían imponer la uniformidad religiosa. El nombre de “iglesias evangélicas” se usó a partir de este periodo para identificar a los que predicaban la centralidad del evangelio (conversión y salvación por la sola fe en Cristo), tomando gran impulso en los siglos XVIII y XIX. En la actualidad “los evangélicos” pertenecen a diversos grupos, cada uno con sus énfasis particulares, diferentes formas de gobierno, costumbres, etc. pero compartiendo una “columna vertebral” de creencias fundamentales como son el considerar que la Biblia es la máxima autoridad, aceptar que la salvación es por gracia y fe solamente, reconocer a Cristo como único mediador y salvador, dando a Dios (y sólo a él) toda la gloria.

Es a partir de la Reforma, que los pueblos empezaron a tener  la Biblia en su propio idioma. Lutero la tradujo al alemán en 1522. Casiodoro de Reina lo hizo al castellano en 1569 y Cipriano de Valera revisó su traducción en 1602. Hasta hoy, las versiones “Reina-Valera” son las Biblias más usadas en las iglesias evangélicas.

El 31 de octubre se conmemora el Día de la Reforma Protestante. Quinientos años de empezar un camino de retorno a la cristianismo que Cristo quiso; entendiendo que ese caminar no estuvo exento de errores y de otros excesos también deplorables. Hoy, todo ello nos recuerda que somos susceptibles a equivocarnos, que con humildad debemos corregirnos, “siempre reformándonos”, cuidándonos de andar por la única senda segura e inmutable trazada por la Palabra de Dios.





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