El curso de religión se enseña, no se impone.

Imponer la fe es absurdo. La devoción
nace del corazón, crece de adentro hacia afuera. Obligar a los alumnos de un
colegio a participar de actividades religiosas que no comparten es faltar a la
ley y en nuestro caso, es atentar contra el mismo cristianismo. Jesucristo no
obligó a nadie a bautizarse, ni a rezar, ni a seguirle. Él invitó, enseñó,
respondió dudas y objeciones, y mostró cuan bueno es confiar y obedecer a Dios,
pero jamás impuso por la fuerza su verdad. Si él no lo hizo, ningún colegio debe
hacerlo por más buenas intenciones que tenga.