Cuestionando la resurrección de Cristo


Llegó Semana Santa. Que Jesús haya sido crucificado lo entendemos (miles murieron así durante el imperio romano), pero que haya resucitado… ¡ah! Eso es otra cosa. Quizás tanto hemos oído esa frase que por repetición hemos terminado por aceptarla sin cuestionamientos. Pero en realidad nuestra fe debe tener razones. Si creemos en Cristo debe ser por algo y no sólo porque los españoles fueron los primeros que llegaron a estas tierras con la cruz (y la espada). No sólo debemos ser cristianos por tradición.

Para muchos, la resurrección es sólo un mal entendido ó una leyenda inventada por sus seguidores. Hay cristianos también que poco les importa si en verdad resucitó ó no. Sin embargo, en el Siglo I D.C., el tema de la resurrección se consideraba de vital importancia para creer en el cristianismo. El apóstol Pablo fue muy sincero al declarar en su carta a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.

Para Pablo y los demás apóstoles, proclamar la resurrección del carpintero de Nazaret les costó años de persecuciones, azotes y cárceles. Incluso dieron su vida proclamando esta verdad, porque –como ellos mismos lo dijeron– no podían dejar de decir lo que habían visto y oído. En realidad es de necios creer que todos los discípulos se pusieran de acuerdo e inventaran una resurrección para luego sufrir por décadas hasta morir... defendiendo su propia mentira. El testimonio de estos hombres y quinientos más que vieron a Jesús resucitado y el efecto que esto tuvo en la vida de la sociedad de aquel entonces, son pruebas más que suficientes para creer en que Cristo realmente era el Hijo de Dios.

El cristianismo es único porque proclama a su fundador resucitado. Las demás religiones pueden señalar la tumba de sus fundadores, pero en el caso de Cristo sólo se registra una tumba vacía. Este sólo hecho ya pone al cristianismo muy por encima de cualquier otra creencia por muy respetable que sea. No es cierto lo que algunos dicen: que como “todos los caminos llevan a Roma”, todas las religiones te llevan a Dios. Jesús declaró de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí”.

Aunque, si leemos bien las palabras de Jesús, en realidad, no es la religión cristiana, ni una iglesia la que nos lleva a Dios… es él mismo. Entonces debe ser de sabios, oír, creer y seguir al que ha resucitado.




Publicado el 6 de abril del 2009

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