Una ciudad bajo juicio



«El Señor se dirigió a mí, y me dijo: “Tú, hombre, vas a dictar la sentencia contra la ciudad criminal. La acusarás de todas las cosas detestables que ha hecho, y le dirás: Esto dice el Señor: Ciudad que matas a tus habitantes y fabricas ídolos para contaminarte, ¡Cómo provocas tu ruina! Con los asesinatos que has cometido te has hecho culpable y con los ídolos que has fabricado te has contaminado; has hecho que tu hora se acerque…” “Allí están los gobernantes, que viven en medio de ti y cometen todos los delitos que pueden. Los habitantes no honran a su padre ni a su madre, maltratan a los que vienen de afuera, explotan a los pobres, a los huérfanos y a las viudas. En ti habita gente que con sus calumnias incita a la violencia; asisten a los banquetes que se celebran en honor de los ídolos y hacen cosas detestables. También hay entre los tuyos quienes aceptan soborno... practican la usura y cobran altísimos intereses; extorsionan a su prójimo y se olvidan de mí, afirma el Señor. Algunos tienen relaciones sexuales con la esposa de su padre; cometen adulterio con la mujer de su prójimo, tienen relaciones vergonzosas con sus nueras y hasta hay quienes violan a su hermana, ¡a la hija de su propio padre!”
 “Los sacerdotes y líderes religiosos tuercen el sentido de mis enseñanzas y profanan las cosas que yo considero sagradas; no hacen ninguna distinción entre lo sagrado y lo profano, ni enseñan a otros a distinguir entre lo bueno y lo malo… Los poderosos son como lobos que despedazan su presa, listos a destruir vidas y derramar sangre con tal de enriquecerse… Los profetas ocultan la verdad, como quien blanquea una pared; dicen tener visiones, y anuncian cosas que resultan falsas. Aseguran que hablan en mi nombre, cuando en realidad yo no he hablado… La gente del pueblo se dedica a la violencia, al robo y la estafa; explotan al pobre y al desamparado, y cometen violencias e injusticias con los inmigrantes.” “Estoy buscando entre la gente a alguien que haga algo en favor del país y que interceda ante mí para que no sean destruidos...”»

Esta es parte de la denuncia que el profeta Ezequiel hizo por los pecados del reino de Judá y su capital Jerusalén, 600 años antes de Cristo. El texto está basado en las traducciones Nueva Versión Internacional y Dios Habla Hoy. La verdad es que no tuve que hacer más cambios para “adaptar” el mensaje bíblico a nuestra realidad porque es casi literal. 2,600 años después las cosas no han cambiado mucho: Si antes se mataba con espada hoy se hace con pistola; si antes se calumniaba por carta hoy se hace por Facebook; si antes se sobornaba con una bolsa de monedas, hoy con una transferencia bancaria; la maldad sigue siendo la misma.

Dios también sigue siendo el mismo. Sus demandas de justicia y honestidad no han disminuido. Si Dios no pasó por alto los pecados de su pueblo, tampoco pasará por alto los nuestros. Las malas decisiones atraen destrucción, el pecado hiere y mata a una sociedad. Basta mirar el tipo de líderes que venimos formando para darnos cuenta de las consecuencias que nos esperan: líderes egoístas, mentirosos y falsos, amantes de las coimas, irrespetuosos de las leyes, profanadores de la vida y la familia. Pareciera que todos se han apartado del bien, pareciera que no hay partido político ni institución que se libre de la corrupción. Los líderes religiosos, políticos, dirigentes, empresarios, profesionales, comunicadores, el pueblo, todos en menor o mayor medida somos culpables. Necesitamos volver a Dios con acción y fe.

Actuemos a favor del país, hagamos lo justo, seamos honestos, demos buen ejemplo, ¡y oremos! Pidamos por nuestros pueblos, por ese arrepentimiento sincero que produce cambios verdaderos y aleja la destrucción. Porque no sólo se trata de tener un mejor país, se trata también de nuestra eternidad. No en vano Dios lo advierte. No en vano Dios sigue buscando gente que haga algo.

*Libro de Ezequiel cap. 22


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