No juegue con el diablo


Ya lo está oyendo. La canción está sonando todos los días por la radio y la Televisión; y le habrá hecho sonreír y hasta bailar con su festiva advertencia: “No juegue con el diablo, no juegue con el diablo. El diablo come candela… No juegue con el diablo. Y te puede agarrar y te puede comerrr…”

Obviamente el diablo no come candela, ni creo que con ello se refiera a alguna adicción al cigarro. Tampoco se trata de un consejo para evitar jugar a “las escondidas” con un antropófago. Pero la advertencia, aunque suene divertida, no está lejos de una realidad que bien haríamos en hacer caso, y así evitarnos consecuencias poco graciosas en lo personal, familiar y social.

Muchas personas niegan la existencia del diablo. Lo ven sólo como algo simbólico, mítico, ó un personaje salido de un cuento “asusta niños”. Se le pinta de color rojo, con bigotes, cola, cachos y medio chamuscado, que con su tridente se divierte pinchando a la gente en el infierno. Por supuesto que un tipo así sólo puede quedar en la imaginación. Pero los registros bíblicos abundan en referencias nada caricaturescas de un ser de naturaleza espiritual, que por alimentar su orgullo y buscar su auto exaltación, se transformó en un perverso ser identificado como “la serpiente”, “el adversario”, “el acusador”, “padre de mentira”, “Beelzebú”, “diablo”, y más.

En la Biblia, la existencia del diablo y sus demonios es real e incuestionable. Jesús fue tentado por él, y parte de su ministerio consistió en librar a “todos los oprimidos por el diablo”. El apóstol Pablo recuerda a los creyentes que la verdadera lucha no es contra lo humano y material, sino contra “principados, potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Carta a los Efesios 6:12). “El mundo entero está bajo el maligno” escribió Juan. Y por esto, los discípulos de Cristo han predicado el evangelio durante siglos; para que la gente “abra sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios...”

No es un cuento. No es broma. Podemos ver los efectos de la presencia diabólica a lo largo de la historia humana: Guerras, muerte, hambre, enfermedades, violaciones, suicidios, vicios, estafas, abusos, pleitos familiares, divorcios, resentimientos, etc. Este es un mundo en el que efectivamente reina el mal. “El príncipe de este mundo” ejerce su poder y seduce y dirige al hombre a rebelarse contra su Creador y hacer cosas que no convienen. Y es el ser humano quien le ha otorgado tal facultad, pues ha preferido creerle a él y someterse a él, antes que creerle y obedecerle a Dios. La raza humana es una raza ciega, que no se da cuenta del engaño que se ha tragado, ni la esclavitud a la que voluntariamente se sigue sometiendo, para su propia infelicidad.

Si el apóstol Pedro estuviera en estos días oyendo la sonada interpretación de Bareto, muy probablemente nos diría: Cierto, no juguéis con el diablo. Oíd la advertencia, pero no lo toméis a la ligera. Esto no es un juego. “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe…” (1ª Pedro 5:8,9). A lo que seguramente el apóstol Santiago añadiría: Pero tampoco viváis atemorizados, “someteos pues a Dios, resistid al diablo y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Hay poder en la sangre de Jesús.



Publicado el 13 de marzo del 2010

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