Ya no le eches la culpa a tu padre

Si tu padre te abandonó o si fue mal padre. Si no se esforzó por cuidarte, alimentarte, educarte. Si no quiso o no pudo hacerlo. Si fue muy severo o muy blando. Si fue un sobreprotector o indiferente. Si su mala conducta, sus vicios o fracasos te afectaron. Y ya creciste, y estás albergando resentimiento, quizá odio y rencor. Si crees que te va mal por lo que tu padre hizo o no hizo, y le echas la culpa de tus fracasos, ya déjalo. No lo juzgues más ni lo critiques. Hay alguien que lo juzgará por ti, y lo hará con verdadera justicia porque conoce las intenciones del corazón. Déjale el tema a Dios.

Y no mires más el pasado, porque por más difícil o dolorosa que fue la situación y el sufrimiento de los años que viviste, ya nada puedes hacer para cambiarlo. Sólo puedes cambiar tu futuro. El odio y el rencor por sí mismos son incapaces de hacer mejor a alguien, sólo consiguen perpetuar un pasado afectando el crecimiento y la madurez, impidiendo un desarrollo integral, pleno, y tu realización personal, familiar, social. Echarle la culpa a otro no te hará mejor persona (aun si el otro sea culpable), sólo será un fallido intento de justificar tu propio fracaso en asumir tu responsabilidad ante el futuro que a ti te toca cambiar. 

Mejor es mirar adelante, avanzar y no quedarse mirando atrás. En lenguaje bíblico equivale a aplicar lo que el apóstol Pablo dijo*: "Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta…” porque no se puede avanzar bien manteniendo la vista atrás. Porque no se puede crecer sin perdonar; y perdonar implica olvidar. Perdonar no sólo es una necesidad sino un mandato de Dios, nuestro Padre, que nos ordenó perdonarnos unos a otros así como esperamos que él nos perdone. Los cristianos lo recitamos continuamente: “Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos también a nuestros deudores”. 

Ningún padre es perfecto (lo triste es que hay quienes ni siquiera se esforzaron para serlo); pero a la luz de la Biblia, si es que tu progenitor no fue un buen padre, no lo fue, porque evadió su responsabilidad en hacer lo justo, lo bueno, porque no conoció el real amor de Dios. No se acercó a él, no se sometió a su voluntad, no aceptó su guía ni sus recursos; no reconoció que hacía mal y decidió vivir sin tomar en cuenta sus mandamientos con consecuencias que afectaron su propia vida y la tuya. Y ante Dios, es tan culpable como todos los que no quieren obedecerle (como tú, si no le obedeces). Tu padre necesitaba tener un encuentro real no con la religión ni con una mejor educación, sino con Dios.

Es el mismo tipo de encuentro que necesitamos todos. Un encuentro real, sincero, con el Padre Celestial, que nos permita sentirnos hijos amados, perdonados, recibidos, para que a pesar de todos los males recibidos veamos el futuro con esperanza; y en esa relación, aprendamos también a ser buenos padres terrenales. 

*Filipenses 3:13; Colosenses 3:13; Mateo 6:12


[Publicado el 16 de junio del 2012]

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